25 de mayo de 2017

De Templos y Dioses



Templo de Abydos
     De los hijos del dios Ra, el Aire y la Humedad conocidos como Shu y Tefnus, nacieron dos divinidades: Geb, el dios Tierra y Nut, la diosa Cielo, que engendraron a su vez cuatro dioses Osiris, Isis, Seth y Nefthis.

     Osiris y sus hermanas Isis y Nefthis, simbolizaban el bien, mientras que Seth representaba el mal. Como primogénito y favorito de los dioses, Osiris reinaba en la tierra, enseñando a los humanos la agrucultura, la escritura y la civilización. Su hermano Seth, movido por la envidia, puso en marcha una conspiración para asesinarle y gobernar sobre Egipto.


Templo de Isis en File
    




     La fiel esposa Isis reunió los catorce miembros de su esposo, que Seth dispersó y ocultó por todo Egipto, resucitándolo en Abydos, concibiendo así a Horus. Para proteger y criar a su hijo tuvo que refugiarse en la isla de File.

     Horus creció, desafió a su tío y le venció en Edfú. El dios celeste de Egipto, cuyas alas representan la extensión del cosmos, desposó a la diosa Hathor que moraba en Dendera. Con ella tuvo cuatro hijos, Amset, Hapy, Duamutef y Qebehsenuf que representan a los cuatro vientos, los cuatro puntos cardinales y protegen a los difuntos, asignándosele a cada uno de los vasos canopos en los que se guardan las vísceras del fallecido.

Templo de Dendera


Templo de Horus
 

17 de octubre de 2014

Lord Byron. La Maldición de Minerva


LA MALDICIÓN DE MINERVA
Lord Byron

«¡Mortal! –así fue cómo habló–. Ese rubor de deshonra
me anuncia que eres inglés, nombre de un pueblo otrora honroso;
primero entre los poderosos, el más destacado de los libres,
ahora honrado menos por todos, y por mí aún menos:
pues desde ahora Palas será, de tus enemigos, el primero.
¿Buscas el motivo de tanto desprecio? Mira a tu alrededor. 
¡Helo aquí! Sobreviviendo a la guerra y el fuego consumidor,
he visto perecer una tiranía tras otra.
De los turcos y los godos, escapó de los estragos,
y tu país envía a un expoliador peor que ambos.
Contempla este templo, vacío, profanado;
vuelve a contar los vestigios que aún quedan, destrozados:
Cécrope colocó éstos, éste lo ornó Pericles,
y cuando la Ciencia decaía, aquél lo alzó Adriano.
La gratitud dé fe de otras deudas que agradezco –
mas sabe: Elgin y Alarico… hicieron el resto.
Para que todos sepan la procedencia del saqueador,
un muro ofendido reza su nombre odioso:
así, por la fama de Elgin, Palas suplica agradecida,
¡abajo, su nombre – contemplad sus acciones, arriba!
El monarca godo y el par picto
con los mismos honores aquí sean aclamados:
las armas le dieron el derecho al primero, el último no tenía,
y, aún así, ruinmente robó lo que los bárbaros ganaron.
Y es que cuando el león abandona a su presa,
merodea primero el lobo, por último el vil chacal:
carne, miembros y sangre devora el primero,
y la última y pobre bestia roe tranquila el hueso.
Sin embargo, los dioses son justos y los crímenes, castigados:
¡Mira aquí lo que Elgin perdió, y lo que ha ganado! (…)».
Cesó un momento y, así, me atreví a replicar,
con tal de calmar la venganza encendida en sus ojos:
«¡Hija de Júpiter! En el ofendido nombre de Gran Bretaña,
un legítimo inglés renegaría de tal hazaña.
No le frunzas el ceño a Inglaterra, no pertenece a suelo inglés:
¡No, Atenea! Tu saqueador fue un escocés (…)».
«¡Mortal!» –reanudó la doncella de ojos azules–,
«(…) La irrevocable orden de Palas, en silencio, pues, escucha;
escucha y cree, que el tiempo se encargará del resto.
Primero, sobre la cabeza de aquél que cometió este crimen
mi maldición caerá, –sobre él y toda su estirpe:
sin una chispa de fuego intelectual en ellos
sean todos los hijos tan insensatos como su padre:
y si uno hubiere con seso, que traiga la ignominia sobre su progenie
de una raza más brillante, se le considere bastardo:
que continúe parloteando con sus artistas mercenarios
y el elogio de la Locura compense el odio de la Sabiduría;
que hablen mucho todavía del deleite del patrón,
cuyo deleite más noble y más nativo es ser vendedor (…)».
«Oh, que te repugnen en vida y no perdonen a tus cenizas,
¡que el odio persiga su sacrílega codicia!
Vinculado al insensato que incendió el templo de Éfeso,
mucho más allá de la tumba la venganza le persiga,
y brillen los nombres de Eróstrato y Elgin
en muchas páginas deshonrosas y renglones ardientes;
conservados para que sigan malditos, ambos por siempre,
acaso el segundo, que el primero, más aciagamente».



Minerva, mármol y ónice dorado, siglo II d. C
El cuerpo de ónice es una copia del tipo de Hera Borghese