17 de octubre de 2014

Lord Byron. La Maldición de Minerva


LA MALDICIÓN DE MINERVA
Lord Byron

«¡Mortal! –así fue cómo habló–. Ese rubor de deshonra
me anuncia que eres inglés, nombre de un pueblo otrora honroso;
primero entre los poderosos, el más destacado de los libres,
ahora honrado menos por todos, y por mí aún menos:
pues desde ahora Palas será, de tus enemigos, el primero.
¿Buscas el motivo de tanto desprecio? Mira a tu alrededor. 
¡Helo aquí! Sobreviviendo a la guerra y el fuego consumidor,
he visto perecer una tiranía tras otra.
De los turcos y los godos, escapó de los estragos,
y tu país envía a un expoliador peor que ambos.
Contempla este templo, vacío, profanado;
vuelve a contar los vestigios que aún quedan, destrozados:
Cécrope colocó éstos, éste lo ornó Pericles,
y cuando la Ciencia decaía, aquél lo alzó Adriano.
La gratitud dé fe de otras deudas que agradezco –
mas sabe: Elgin y Alarico… hicieron el resto.
Para que todos sepan la procedencia del saqueador,
un muro ofendido reza su nombre odioso:
así, por la fama de Elgin, Palas suplica agradecida,
¡abajo, su nombre – contemplad sus acciones, arriba!
El monarca godo y el par picto
con los mismos honores aquí sean aclamados:
las armas le dieron el derecho al primero, el último no tenía,
y, aún así, ruinmente robó lo que los bárbaros ganaron.
Y es que cuando el león abandona a su presa,
merodea primero el lobo, por último el vil chacal:
carne, miembros y sangre devora el primero,
y la última y pobre bestia roe tranquila el hueso.
Sin embargo, los dioses son justos y los crímenes, castigados:
¡Mira aquí lo que Elgin perdió, y lo que ha ganado! (…)».
Cesó un momento y, así, me atreví a replicar,
con tal de calmar la venganza encendida en sus ojos:
«¡Hija de Júpiter! En el ofendido nombre de Gran Bretaña,
un legítimo inglés renegaría de tal hazaña.
No le frunzas el ceño a Inglaterra, no pertenece a suelo inglés:
¡No, Atenea! Tu saqueador fue un escocés (…)».
«¡Mortal!» –reanudó la doncella de ojos azules–,
«(…) La irrevocable orden de Palas, en silencio, pues, escucha;
escucha y cree, que el tiempo se encargará del resto.
Primero, sobre la cabeza de aquél que cometió este crimen
mi maldición caerá, –sobre él y toda su estirpe:
sin una chispa de fuego intelectual en ellos
sean todos los hijos tan insensatos como su padre:
y si uno hubiere con seso, que traiga la ignominia sobre su progenie
de una raza más brillante, se le considere bastardo:
que continúe parloteando con sus artistas mercenarios
y el elogio de la Locura compense el odio de la Sabiduría;
que hablen mucho todavía del deleite del patrón,
cuyo deleite más noble y más nativo es ser vendedor (…)».
«Oh, que te repugnen en vida y no perdonen a tus cenizas,
¡que el odio persiga su sacrílega codicia!
Vinculado al insensato que incendió el templo de Éfeso,
mucho más allá de la tumba la venganza le persiga,
y brillen los nombres de Eróstrato y Elgin
en muchas páginas deshonrosas y renglones ardientes;
conservados para que sigan malditos, ambos por siempre,
acaso el segundo, que el primero, más aciagamente».



Minerva, mármol y ónice dorado, siglo II d. C
El cuerpo de ónice es una copia del tipo de Hera Borghese



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