LA MALDICIÓN DE MINERVA
Lord Byron
«¡Mortal! –así fue cómo habló–. Ese rubor de deshonra
me anuncia que eres inglés, nombre de un pueblo otrora
honroso;
primero entre los poderosos, el más destacado de los libres,
ahora honrado menos por todos, y por mí aún menos:
pues desde ahora Palas será, de tus enemigos, el primero.
¿Buscas el motivo de tanto desprecio? Mira a tu alrededor.
¡Helo aquí! Sobreviviendo a la guerra y el fuego consumidor,
he visto perecer una tiranía tras otra.
De los turcos y los godos, escapó de los estragos,
y tu país envía a un expoliador peor que ambos.
Contempla este templo, vacío, profanado;
vuelve a contar los vestigios que aún quedan, destrozados:
Cécrope colocó éstos, éste lo ornó Pericles,
y cuando la Ciencia decaía, aquél lo alzó Adriano.
La gratitud dé fe de otras deudas que agradezco –
mas sabe: Elgin y Alarico… hicieron el resto.
Para que todos sepan la procedencia del saqueador,
un muro ofendido reza su nombre odioso:
así, por la fama de Elgin, Palas suplica agradecida,
¡abajo, su nombre – contemplad sus acciones, arriba!
El monarca godo y el par picto
con los mismos honores aquí sean aclamados:
las armas le dieron el derecho al primero, el último no
tenía,
y, aún así, ruinmente robó lo que los bárbaros ganaron.
Y es que cuando el león abandona a su presa,
merodea primero el lobo, por último el vil chacal:
carne, miembros y sangre devora el primero,
y la última y pobre bestia roe tranquila el hueso.
Sin embargo, los dioses son justos y los crímenes, castigados:
¡Mira aquí lo que Elgin perdió, y lo que ha ganado! (…)».
Cesó un momento y, así, me atreví a replicar,
con tal de calmar la venganza encendida en sus ojos:
«¡Hija de Júpiter! En el ofendido nombre de Gran Bretaña,
un legítimo inglés renegaría de tal hazaña.
No le frunzas el ceño a Inglaterra, no pertenece a suelo
inglés:
¡No, Atenea! Tu saqueador fue un escocés (…)».
«¡Mortal!» –reanudó la doncella de ojos azules–,
«(…) La irrevocable orden de Palas, en silencio, pues,
escucha;
escucha y cree, que el tiempo se encargará del resto.
Primero, sobre la cabeza de aquél que cometió este crimen
mi maldición caerá, –sobre él y toda su estirpe:
sin una chispa de fuego intelectual en ellos
sean todos los hijos tan insensatos como su padre:
y si uno hubiere con seso, que traiga la ignominia sobre su
progenie
de una raza más brillante, se le considere bastardo:
que continúe parloteando con sus artistas mercenarios
y el elogio de la Locura compense el odio de la Sabiduría;
que hablen mucho todavía del deleite del patrón,
cuyo deleite más noble y más nativo es ser vendedor (…)».
«Oh, que te repugnen en vida y no perdonen a tus cenizas,
¡que el odio persiga su sacrílega codicia!
Vinculado al insensato que incendió el templo de Éfeso,
mucho más allá de la tumba la venganza le persiga,
y brillen los nombres de Eróstrato y Elgin
en muchas páginas deshonrosas y renglones ardientes;
conservados para que sigan malditos, ambos por siempre,
acaso el segundo, que el primero, más aciagamente».Minerva, mármol y ónice dorado, siglo II d. C
El cuerpo de ónice es una copia del tipo de Hera Borghese