Ya había anochecido, por la ventanilla del tren sólo se veía oscuridad y ráfagas de luz a lo lejos, al pasar cerca de carreteras o pueblos iluminados. Malena iba concentrada en el portátil que reposaba sobre la mesa, repasando los últimos informes, estadísticas y presentaciones. Mañana sería un día duro, las negociaciones de absorción de la agencia de marketing Vanguard Skyline iban a ser muy duras, necesitaba tener bajo control todos los datos, no podía permitirse ni una sola duda.
Llevaba dos horas de viaje y todavía quedaban otras dos, empezaban a molestarle las cervicales, levantó la cabeza para masajearse los músculos de cuello y hombros. Frente a ella un joven estaba leyendo plácidamente un libro, parecía estar enfrascado en la lectura, levantó un segundo la vista y al encontrarse con sus ojos la volvió a bajar rápidamente, se había sonrojado. Le resultó muy excitante esa reacción, se sentía poderosa cuando alguien no era capaz de sostenerle la mirada, entonces era cuando inevitablemente se despertaba el depredador que llevaba dentro y no paraba hasta subyugar a su presa.
Miró el reloj, se levantó colocándose bien el traje de chaqueta negro y, caminando sobre sus altos tacones, pasó por delante del joven contoneando provocadoramente sus caderas para dirigirse al vagón restaurante, por el rabillo del ojo vio como el chico se giraba en el asiente para observarla mientras se alejaba.
Apenas había gente en la barra, se pidió un margarita y volvió a su asiento, en el camino se desabrochó un botón más de su blanca dejando entrever parte del encaje del sujetador de raso.
Volvió a su sitio, el chico seguía con su nariz metida en el libro. Bebió un sorbo de su copa, el reflejo de la ventanilla le devolvió su imagen, una mujer hecha a sí misma que no se detenía ante nada ni nadie, se pasó la lengua por los labios saboreando el delicioso néctar mientras su mano jugueteaba distraídamente con la cadena de oro que asomaba entre los botones de su blusa. De refilón pudo ver como el chico la vigilaba con un gesto inquieto y tímido, sintió un cosquilleo que le bajaba por el vientre hasta llegar a lo más íntimo de su ser. ¡Qué pena! Había una decena de pasajeros en el vagón, no se podía hacer nada. Le excitaba pensar en un arriesgado polvo evitando el ser sorprendido por viajeros o asistentes en tránsito entre los vagones.
Volvió a sus informes tratando de concentrarse de nuevo en el trabajo, pero no había manera, sólo podía pensar en la reunión del día siguiente, en la agresividad que habría en las negociaciones y en un buen polvo que la relajara, el chico era el responsable de esa necesidad surgida de improvisto.
El joven seguía leyendo, por un momento pensó que le conocía de algo.
-Debe ser muy interesante el libro, yo en tu lugar ya me habría quedado dormida. ¿De qué va? - le preguntó, en un intento de entablar conversación.
Un poco sorprendido, levantó la cabeza de su lectura y le sostuvo la mirada entes de contestar, mientras pensaba cómo responderle sin que se le ahogara la voz antes de salir.
- Disculpe, buenas noches, sí - titubeó- es un autor italiano, Tomasi di Lampedusa. El Gatopardo, una novela sobre los cambios sociales de finales del siglo XIX en Italia. Si le gusta la novela histórica es bastante entretenido, aunque un poco irreverente.
- Apenas tengo tiempo de leer, me paso la vida trabajando. Perdone, ¿nos conocemos de algo? Me resulta familiar su cara.
- Si, claro, nos conocemos, usted me entrevistó cuando entré de becario en su empresa.
- ¡Vaya! Qué raro, no suelo entrevistar a becarios, de eso se encarga el departamento de personal. Y qué tal salió la cosa, ¿fui demasiado impertinente?
(Algo) iba a decir, pero no se atrevió
- Lo normal en estos casos. Me admitieron para colaborar en el departamento de estudios de mercado.
- ¡Estupendo! Espero que aprendiera mucho con nosotros y le diera la oportunidad de entrar en el mercado laboral. ¿Dónde está ahora?
- Sigo con ustedes.
- ¡Tan joven! ¿Sin experiencia? ¿Quién le ha contratado?
- Bueno, el señor Peláez vio cómo trabajaba y me propuso quedarme en su departamento.
- ¡Vaya, hombre! Precisamente Peláez, mañana tenemos una reunión muy importante en Barcelona y me ha dejado tirada, se ha buscado como excusa no sé qué historia familiar de su hija y problemas de acoso escolar. ¡Es un cagaleras!
- Siento informarle que los problemas son ciertos - le contestó, aún a riesgo de irritar su ego-, mañana se reunían con la directiva del colegio para ver si lo solucionaban o ponían una denuncia. En su lugar me ha enviado a mí.
- ¡Dios mío! Un momento decisivo en nuestra empresa y me envían a un becario para que defienda el proyecto. Espero que te hayas estudiado el examen, tú no abras la boca, limítate a asentir a todo lo que yo diga. Y por favor vístete decentemente, ponte traje y corbata, en esas reuniones es muy importante la imagen de nuestra empresa, unos vaqueros y una camiseta va en contra de las normas.
- Lo intentaré, aunque no me he traído los tacones, no estoy acostumbrado a ellos – no pudo evitar el sarcasmo en referencia a la ropa de la mujer, ante tanta altanería-, aunque espero estar a su altura, he hecho mis deberes y, si me lo permite, casi que su trabajo también. Todos esos informes que lleva estudiando desde que nos sentamos en el vagón los hice yo.
Lo miro con cara de asesina, ¿cómo se atrevía a contestarle con tanta insolencia ese niñato?, le entraron unas ganas tremendas de bajarle el pantalón y pegarle unos azotes en el culo, por ser un niño respondón y prepotente. Pero se contuvo, porque todo esto la excitaba muchísimo más que una mala película porno.
- Y bueno, supongo que estamos alojados en el mismo hotel.
- Si, claro, yo mismo reservé las habitaciones y el taxi que nos recogerá en la estación.
- Vale, te concedo una tregua y la duda sobre tu capacidad, mañana antes de la reunión repasamos todo y preparamos una entrada potente. Nuestro objetivo es volver con el premio.
La bocina del tren anunciaba que estaban llegando a la estación, se levantó para coger su equipaje, el joven también se estaba levantando para hacer lo mismo, le puso una mano en la cadera para poder salir de su asiento.
- Si me lo permite, yo le bajo su maleta - le dijo cortésmente.
Al ponerse frente a ella vio como, a pesar de sus tacones, era bastante más alto de lo que pensaba. Sus cuerpos, frente a frente estaban tan próximos, que su cadenita se enredó en un botón de la camisa del chico. Al tratar de desenredar la cadena, Sergio - así era como se llamaba el joven- con sus manos nerviosas le pegó un pequeño tirón en el colgante que llevaba, desencadenando un intenso deseo de meter su mano en el pantalón del joven, dejándose llevar por ese impulso que llevaba reprimiendo desde esa primera mirada tímida.
- Perdone mi torpeza, casi rompo su collar, no estoy acostumbrado a tratar con las élites de la oficina. Aquí está su maleta, el taxi debe estar esperando.
- Gracias, no ha sido nada, no se preocupe – respondió, sintiendo un fuego que abrasaba sus entrañas y necesitaba apagar-. Habrá que empezar a enseñarle como es el mundo de la sexta planta, no somos los lobos que creéis, somos humanos, como el resto de empleados.
En la puerta de la estación, un taxista con sus nombres en un cartel les andaba buscando. Sergio hizo un gesto con la mano y el hombre salió a su encuentro para ayudarles a cargar el equipaje. Malena, no paraba de dar vueltas en su cabeza a la estrategia que tenía que seguir en la reunión del día siguiente, pensando en lo que se jugaba, sentía como su tensión iba en aumento. La parte reptiliana de su cerebro estaba actuando para protegerla con una reacción instintiva. Dentro del coche, la proximidad de sus cuerpos y el aroma viril de su compañero excitaban sus hormonas por momentos, tenía que morderse el labio para sentir un dolor que le hiciese evadirse de ese ambiente cargado que envolvía el agobiante espacio del vehículo.
La llegada al hotel fue un alivio, un soplo de aire frio al salir del taxi la hizo entrar de lleno en la realidad del momento. Dieron sus datos en recepción y cogieron las llaves de las habitaciones, eran contiguas. Mientras esperaban el ascensor, sin pensarlo comentó:
- Ahora mismo voy a pedir una botella de Möet Chandon y unos bombones, no sé cómo van a salir las cosas mañana así que hoy pienso darme un homenaje a costa de la empresa, por si acaso luego tengo que buscar un nuevo trabajo. Al menos me llevaré un buen recuerdo. ¿Te apuntas? - dios, me he vuelto loca, pensó, ¿cómo se me habrá ocurrido esta estupidez?
Sergio la miró con desconcierto, sus mejillas empezaron a sonrojarse, tragó saliva y respondió:
- ¿Está segura que quiere que la acompañe?, bueno, imagino que en este negocio mi destino va unido al suyo, si usted cae yo también la acompañaré en la cola de la oficina de empleo. Déjeme soltar la maleta y refrescarme un poco mientras suben el champagne.
Entró en su habitación hecho un manojo de nervios, iba a tomar una copa con la jefa suprema. Pasó al baño para mojarse con agua bien fría la cara, se lavó la boca y se aseo un poco. Colgó su camisa en una percha, se puso una camiseta cómoda. Armándose de valor y tomando aire, golpeó con los nudillos la puerta de su vecina. Malena tardó unos minutos en abrir, poniéndole más nervioso aún. - ¿qué coño hago yo aquí? ¿cómo he sido capaz de aceptar esta invitación?, seguro que ya se ha arrepentido y cuando habrá dirá que era una broma para ver hasta donde era yo capaz de llegar. ¡A la mierda! Se ha pasado todo el viaje provocándome, va a probar su propia medicina.
Tras una eternidad, Malena abrió la puerta, el dormitorio era amplio, incluso tenía sofá y una mesa baja de café. Por indicaciones de Peláez había escogido para ella una pequeña suite, se ve que quería tenerla contenta por no haberla acompañado.
Se había quitado la chaqueta del traje, pero seguía con la falda y los tacones – tiene complejo de bajita, pensó el joven, esbozando una disimulada sonrisa que presagiaba una victoria. Su perfume estaba por toda la habitación, un perfume que conocía de sobra, que desprendía cada vez que se paseaba por la planta de los “minions”, como llamaban los jefes a los jóvenes ejecutivos. Un perfume seductor que, ahora que estaban solos, embriagaba su ser excitando sus sentidos.
- Ponte cómodo, todavía no han subido nada. Voy a sacar el portátil y repasamos alguno de los datos que tenemos que exponer mañana.
O sea ¿qué era eso? – pensó el joven, ¿la copa sólo era una excusa para seguir trabajando?
El chico no se había dado cuenta que, en el fondo, ella estaba mucho más nerviosa y preocupada que él. Jamás había hecho nada semejante en su larga historia profesional. Por una vez quería sacar la pata del tiesto y este era el mejor momento, cuando su destino estaba en el aire. Pero no podía bajar la guardia, debía mantener su imagen de jefa impertérrita que vive únicamente para el trabajo.
Llamaron a la puerta, el camarero les llevaba las dos botellas Moët Chandon en una cubitera y una fuente de plata con bombones y fresas. Malena se acercó para darle una propina mientras él descorchaba las botellas y llenaba dos copas. Cuando se marchó, las cogió y se acercó al sofá, entregando una a Sergio.
- ¡Brindemos por uno de los mejores negocios que voy a hacer en mi vida!
- Chín chín
Acercaron la mesa de la bebida, mirándola a los ojos cogió una fresa y le dio un mordisquito en la punta. Quería ver la reacción de la mujer.
- Verdaderamente deliciosas, pruébelas.
A ella no se le escapó el detalle y lo provocó:
- ¿Cuándo vas a empezar a tutearme? Haces que me sienta como la señorita Rottenmeier.
- Me gusta mostrar respeto hacia los jefes, no se lo tome a mal – se había dado cuenta que eso le molestaba casi en la primera conversación en el tren, pero a él le excitaba muchísimo y por eso abusaba de la cortesía.
Se sentaron para ver algunos documentos, con la segunda copa Malena ya puso la mano en su pierna para mostrarle un dato de la pantalla. Con soltura le explicó de dónde venía, al acercarse se dio cuenta de que la falda se le había subido al sentarse y asomaba el liguero de sus medias negras, sintió como su pene empezaba a hincharse, se levantó para disimular y se acercó a coger unos bombones. Ella se dio cuenta de todo y se giró hacia donde él estaba, dejando entrever la minúscula braguita de encaje negro y rojo que llevaba. Se levantó para coger también algo de comer y llenarse la copa.
- Puedo hacerle una pregunta.
- Depende, lo de mañana te lo sabes tú mejor que yo.
- No, no, no tiene que ver con el trabajo. Es una curiosidad que tengo desde que se ha sentado frente a mí en el tren.
- A ver, pregunta, pero que sea fácil, no prometo responder.
- Siempre que la veo por la oficina, sea invierno o verano, independiente de las joyas que se ponga y, aunque desentone, lleva esa cadenita de oro. Entre los compañeros hacemos apuestas sobre si es una promesa o el recuerdo de alguien importante en su vida.
- ¡Uuuffff! Me has cogido en un renuncio, eso no me lo esperaba ¿todos os habéis dado cuenta? ¿en serio? Con razón os llamamos minions- soltó una gran carcajada-, si es que todavía estáis en la edad del pavo. No voy a contestar a esa pregunta, si llegas a descubrirlo te ruego que guardes el secreto- volvió a reír.

Se acerco a él con una fresa en la mano y se la acercó a los labios, cuando iba a cogerla la retiró, el joven había entreabierto la boca. Jugueteó con la fresa en sus labios, la lamió y de nuevo se la ofreció, pero esta vez la sujetaba con su propia boca. la introdujo lentamente en la boca de Sergio -ahora ya estaba todo claro-. Cogió uno de los dedos de la mano del chico y le hizo pasarlo por detrás de la cadenita, invitándolo a tirar de ella delicadamente. Notó la tensión en el joven que, obedeciendo a los deseos de la jefa, movió su dedo mientras con la otra mano le cogía un seno, rozando con su pulgar el pezón por encima de la blusa. Malena cerró los ojos, sentía como se erguían y ponían duros con ese dulce dolor. Metió las manos debajo de la camiseta y acarició su torso, no era excesivamente musculoso, lo suficiente para imaginar su abrazo varonil, recorrió con su dedo índice del camino inverso hasta llegar a su vientre, donde empezó a hacer círculos alrededor del ombligo, para continuar hasta la cintura de su pantalón en un amago de introducir la mano dentro de él, ¡no llevaba ropa interior!, su excitación crecía por momento, bruscamente le quitó la camiseta y le beso tan profundamente que casi le deja sin respiración.
Sergio respondió ansiosamente a su beso, pensó que su pene iba a explotar, ni en el más tórrido de sus sueños habría imaginado una situación como esta. Ahora ya tenía carta blanca para seguir, estaba intrigado con la cadena que colgaba entre los botones de su blusa. Sin más preámbulo, le desabrocho los botones y vio que salía de dentro del sujetador, se estaba volviendo loco de deseo ¿era lo que estaba imaginando?, con un movimiento seco tiró de ese sublime hilo de oro y sus pechos asomaron descaradamente, sí, era eso, misterio resuelto, la cadenita enlazaba sendos piercings en los pezones de Malena, cuánta belleza había en ellos, sus tetas la esclavizaban deliberadamente. ¡Auuu! – gritó ella-, para calmar su dolor, los juntó con ambas manos e intentó metérselos a la vez en la boca, la saliva había conseguido el efecto deseado, ahora sus gemidos eran de placer. Mordisqueó, besó, aplastó estrujó las tetas, subió hacia su cuello, para terminar en la boca. Estaba totalmente entregada.
Abrazada a él, sintiendo sus fuertes brazos, su pecho, su cuerpo, ahora sí, bajó su mano y la metió dentro del pantalón, tenía una erección impresionante, desabrochó la cremallera para liberar al preso, agarrándolo con fuerza y frotándolo a la vez que descendía besando cada centímetro de su cuerpo hasta llegar a la pelvis. El bello genital se metía en su boca, no importaba, su lívido estaba tan acelerada que deseaba lamer sus genitales como si de un helado se tratara, recorriendo con la punta de su lengua esa imaginaria costura que unía sus musculosas piernas. Metió su pene en la boca, saboreando su tersura, sin parar de deslizar sus labios en movimientos cada vez más ansioso hasta que sintió como un líquido viscoso y ligeramente salado explosionaba es su boca. Oyó un gemido de placer intenso y el joven, ya liberado de ese dulce tormento, con una inmensa ternura la hizo levantarse, abrazándola como el niño que acaba de recibir un premio y con una sonrisa malévola en sus ojos.
Sergio terminó de quitarse la ropa y aprovechó para recorrer las piernas de Malena. Le subió la falda del traje, que todavía llevaba puesto, dejando al descubierto su ropa interior. Agarro su coño con fuerza, para seguir acariciando con sus dedos que trataba de introducir en la vagina a través de la ropa, el encaje hacía que todo fuese mucho más voluptuoso y sensual, mostraba más que ocultaba el tesoro que guardaba. De nuevo comenzaba el deseo, introdujo la mano por la braguita buscando ese punto erógeno que desataba el deseo de la mujer. Sin olvidarse de esos enormes pezones, tiraba de los aros como si fuera su dueño y señor, para mitigar ese acto de poder, se los metía seguidamente en la boca y los chupaba hasta hacerla gemir. Sintió la humedad que emanaba su vagina. Sujetándola por los glúteos, la levantó y la llevó a la cama, quitó la falda y las bragas. El ligero de las medias negras le ponía a cien, su polla volvía a estar en forma, se las bajó lentamente a la vez que besaba sus muslos, recorriendo sus piernas hasta llegar a la punta del pie. Llevaba las uñas pintadas de rojo, no olvidaba ningún detalle ¡qué delicia!, subió de nuevo y esta vez fue derecho a su pubis, primero fueron besos tímidos por su sexo, Malena le respondía con jadeos, por lo que enseguida cogió confianza y absorbiendo el clitorix con sus labios, siguió con la punta de su lengua el recorrió de toda la almeja del placer. Le reclamaba, cogió su cabello y le hizo subir, al oído le murmuró ¡te necesito! ¡necesito tu polla! ¡no me hagas esperar! El joven amo obedeció a su esclava, lo necesitaba tanto como ella. La penetró una y otra vez hasta perder el sentido, sus cuerpos eran uno sólo que entonaban la música celestial de las esferas perfectas. Al unísono emitieron el canto del éxtasis, se derramó en esa ánfora sagrada que guardaba el secreto del universo.
Agotados y con las ansias saciadas, se desplomaron en la cama uno junto a otro. Malena le acaricio la cara casi imberbe, Sergio le tomo la mano y depositó un dulce beso.
Se quedaron medio dormidos, habían pasado casi dos horas, cuando miró el reloj eran casi las dos de la mañana, le pego un azote en la nalga desnuda y le dijo:
- Vaya con este joven gigoló, venga ¡arriba! a tu camita a descansar, que mañana tenemos trabajo.
La miró con una sonrisa pícara, se vistió y contestó:
- A sus órdenes jefa, la despertaré a la siete en punto, tal y como apuntó en la agenda-, y se fue a su habitación.
Malena se quedó tan relajada que durmió como un bebé, no recordaba la última vez que había dormido así. Sergio, en cambio, tuvo una noche bastante agitada, estaba preocupado por su destino después de esta historia imprevista.
A las siete en punto sonó la alarma, se dio una ducha rápida, se puso el traje que mandaba el protocolo y llamó a la puerta vecina. Su jefa estaba ya completamente arreglada con la máscara de mujer dura y agresiva.
Bajaron al hall, el camarero que les había subido la noche anterior el champagne salía de la cafetería.
Malena se acercó y le preguntó al oído.
- ¿A qué hora termina su turno?
El camarero respondió:
- Hoy salgo a la nueve de la noche.
- Entonces si los negocios de hoy salen bien, a las nueve menos diez le volveré a pedir el Moët Chandon y puede que hasta le invite a una fiesta privada de mi empresa.
Sergio la miró perplejo, lo había oído todo. No quería ni pensar lo que se le pasaba por la imaginación a su jefa. Estaba convencido que se comería como corderitos los directivos de Vanguard Skyline.
Salieron del hotel, hacía un día fresco y radiante.