8 de agosto de 2024

EL ÚLTIMO VALS

Una y mil veces resonaba esa frase en su cabeza, las sandalias que estaba abrochando habían sido el detonante. Fue aquel verano. Dos, tres, cuatro... ¿Cuántos años habían pasado? Ya no importaba. Un apagón en la ciudad dejaba ver la noche oscura, sembrada de estrellas.

Había llamado al portero automático para decirle que la estaba esperando, esa noche irían a bailar. La llama de una vela perfumada le permitió dar un último retoque a su cabello, lo había dejado suelto, como a él le gustaba. Cerró la puerta y, agarrada a la barandilla, bajó la escalera con cuidado. Ya casi había llegado al portal. A través de la cristalera le vio. Estaba guapísimo, se había puesto aquel traje azul que tan bien le sentaba. Un rizo rebelde le caía sobre la frente de forma graciosa. Siempre había llevaba el pelo excesivamente corto, por comodidad, hasta que un día le comentó lo bonito que era el pelo rizado, entonces él empezó a dejarlo crecer. 

Levanto la mano saludando y le sonrió, se sentía como una princesa de cuento. Con la emoción se le olvidó que quedaban todavía un par de escalones para llegar hasta el portal. Al bajar el último peldaño apoyó mal el tacón y resbaló. Cuando despertó estaba sentada en una silla de ruedas, su cuerpo no respondía, no podía moverse. Algún interruptor se desconectó en su cabeza, las palabras no salían de su boca, sólo los ojos respondían a sus órdenes. No recordaba nada de cómo acabó así, sólo los gestos angustiados que él le hacía a través del cristal. Desde entonces vivía una y otra vez aquella noche en bucle, el resto de su vida se había borrado de su memoria.

Termino de atarle las sandalias. Vio como una lágrima resbalaba por sus mejillas, estaba tan bonita como en aquella primera cita en la que le robó un beso. Esa noche no había estrellas, las estridentes luces amarillas de las farolas ofendían a la bella oscuridad tras la que se ocultaban, no dejando ver sus brillos cual diamantes suspendidos en el infinito. Esta vez él ya no la estaba esperando en el portal, pero sí que irían a bailar y se cumplirían por fin sus deseos de aquel funesto día, unirían sus destinos para toda la eternidad. Vistiendo aquel traje azul empujó su silla de ruedas hasta una placita del barrio donde unos músicos callejeros tocaban el último vals. Sobre la mesa de ajedrez, frente a la que se solían sentarse, la llama de dos velas temblaba alumbrando un ramo de rosas y dos copas de cava. Los músicos comenzaron a tocar una bello vals que sellaría una vida truncada por el cruel destino.


https://youtu.be/NGorjBVag0I?si=LffNjJQJn5uu64i0