Todavía quema en mis labios el sabor de tu último beso, no me acostumbro a tu ausencia, no poder compartir contigo mis buenas noticias.
Deseo oír tu voz, esa voz tan horrible que tienes de cacahuete, pero es tu voz, con ese tono dulce y amable. Enroscar mis dedos en tus rizos.
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Te cambio un suspiro de primavera por un beso lanzado al aire.
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Y cuando crees que conoces cada lunar de su piel, descubres que cuando te besa sigues viendo estrellas de colores.
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Compartiendo almohada e imaginando pasados y futuros divertidos, porque el presente es nuestro. Amores envueltos en un tul con lazo de raso rosa.
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Toda la paz del mundo se había posado en el lecho donde, medio dormida, sentía el cálido abrazo de tu cuerpo.
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No me busques entre las sombras, estaré danzando descalza entre perfumadas flores de un verde prado.
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Ese hilo dorado que desde que el primer día nos ató para siempre. Pasó el tiempo y dejamos de vernos, pero ese vínculo no entiende de leyes naturales, solo de almas gemelas. Acabará uniéndonos de nuevo.
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Y entre la multitud, mi soledad iba sonriendo al recordar tus caricias y soñar en ese certero encuentro.
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Aprendí a amarte en la distancia, a besarte en tus sueños, a morir cada día, a despertar con tu nombre en mi boca. Aprendí lo fácil que es huir de mi misma.
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Tanto dolor inútil fue sustituido por una paz inmensa que la hizo brillar como el más preciado de los diamantes. Valores al alza en un mundo material.
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Era tanto el amor que había recibido que de sus manos ajadas empezaron a brotar aterciopeladas rosas con las que colmarle de caricias. Almas que son primaveras.
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Tus brazos eran el remanso donde cada noche regresaba buscando la paz que sólo tú sabías darme.
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Al compas de esa bella canción de amor, guiabas mis pasos rodeando mi cintura a la luz de la luna. El hechizo de la diosa blanca nos hizo inseparables y danzamos hasta el amanecer.
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En cada una de esas palabras no pronunciadas se adivina el amor incondicional que sólo un amante fiel puede darte. Promesas sin cotexto.
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Si quieres, compartimos el paraguas y vamos pisando charcos.
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En cada destello del agua entre los nenúfares del estanque, estaba ese amor con sabor a cicuta.
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Piénsame cuando veas esos cielos de nubes blancas que tanto me gustan y recuerda que hubo un tiempo en que compartimos un secreto.
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Rozaba la punta de unos dedos invisibles desde el cristal de mi ventana e imaginaba que eras tú llamándome en la distancia.
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Atardecer en mis ojos y lamento en los tuyos, tu absuro orgullo, incapaz de romper el hielo, nos condena a la ausencia.
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Un tren hacia ninguna parte y un mundo por descubrir, porque me asusta quedar varada en un sólo puerto.
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Me convertiste en tu princesa y yo te hice descubrir la forma de liberar tus risas de niño travieso. Risas que nadie antes las había conocido.
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Esas cosquillas en el estómago cuando sonaba el portero automático del 44 y se oía "soy yo". Lo que daría por volver a sentirlas.
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Olor a tierra mojada y un cielo plomizo que anuncia la tormenta. No importa, puedo caminar bajo un paraguas y sentir el abrazo de la naturaleza para alimentar mi alma.
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Y si pasas a mi lado, susúrrame al oido lo mucho que te gusta nuestro secreto, saber que soy tuya por simpre y reirte de los vanales esfuerzos de torpes seductores.
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